Mal menor
Algo sucedió entre el Barracuda y el Condesa DF. ¿Habrá sido el insomnio de Fortina, o acaso mi denso dolor lumbar? Lo cierto es que esta mañana, al salir de mi casa, pude reconocer el rocío de mi melancolía sobre todo el parque España, como un maná pálido. Y pensé en esos árboles que luchan contra las banquetas, inútil y lentamente. Los ejemplares de mi especie no crecemos hacia abajo, y por eso nos caemos. No me quejo: seguimos siendo altos, fuertes y biodegradables; trashumantes como nadie.
Mollina
Según la tradición oral, la mitad de mi familia materna siempre ha vivido en Mollina. Por lo menos, desde los tiempos de los abuelos de los abuelos de mi yaya Carmen. La familia de mi yayo Pedro, por otra parte, proviene de Granada. (Respecto a él, sé que su papá, que tenía los ojos tan zarcos que parecían enteramente blancos, redactó una especie de auto biografía, por lo que los registros de esa rama familiar podrían ir algo más lejos.) ¿Acaso alguno de los antepasados de mi abuela habrá participado en la construcción del castillo árabe del Capiruzón?, ¿o será que los primeros García llegaron a este pueblito malagueño de 75 kilómetros cuadrados después de la Edad Media? ¿De dónde, en todo caso? Aunque si la familia materna de mi mamá siempre ha estado ahí, ¡qué vértigo me da pensar, entonces, en las pinturas neolíticas de la Cueva de las Goteras! Por alguna razón que se escapa a sí misma, hoy me entraron ganas de conocer a los 4,000 y pico habitantes de Mollina, entre los cuales hay un montón de parientes míos que jamás han pensado en mí ("mi bisabuelo fue 'Perico, el del Juez', el que se hizo rico al descubrir un cofre lleno de oro", tendría que decirles para que me reconocieran). Pero yo en ellos sí, y con eso me basta por ahora.
Hoy, mi mamá me escribió esto: "Antes de conocer los orígenes de la humanidad, debes conocer los de tu familia". Cuánta razón tiene. Mi viaje a Etiopía tendrá que posponerse.
Hoy, mi mamá me escribió esto: "Antes de conocer los orígenes de la humanidad, debes conocer los de tu familia". Cuánta razón tiene. Mi viaje a Etiopía tendrá que posponerse.
¿Qué hacer, pues?
Yo ya entendí que con la vida no se negocia. Es decir, uno no se porta bien para que ella se porte bien con uno. Nada de ganar-ganar. De hecho, las ideas de recompensa o castigo son sólo eso: ideas. Si la vida fuera justa, ¿qué sentido tendrían la poesía, los textos sagrados o la muerte? Da igual cómo se porte uno, la vida siempre hará lo que le plazca. Entonces, yo me pregunto cómo vivir: ¿haciendo el bien sin esperar un 'rebote' de bondad o cambio, o más bien ignorando cualquier consecuencia moral? Uno no se construye una vida, uno se construye a pesar de ella. Como la carta XVII del tarot de Marsella, cuya figura principal transcurre desnuda y sin ambiciones; sin torres, pero también sin relámpagos que las destruyan. Qué imagen tan dulce, tan real.
Soy un trabajador de piedras que arde a la orilla de un río
O acaso un campesino que quema una piedra a la orilla del río, o una piedra de río que siembra y cosecha fuego, o quizá un campesino de piedra que trabaja en un río de fuego. O tal vez sólo soy un campesino desmayado. Lo que sí sé es que mi padre es un campesino protector, mi madre una piedra y mi hermana mayor una virgen pequeña; mientras que mi hermano es alguien que engradece a Dios con el fuego y mi hermana menor es un jardín escogido. Eso sí: todos en llamas, pero a la orilla del río. Qué afortunados.
Qué claro lo tengo todo
¿Y si yo fuera escritor? Nadie me lo creería. Así que mejor no, el rechazo me da miedo. ¿Y qué tal la poesía? Eso sí que jamás lo confesaría. Por ahora me convendría más una beca para convertirme en fotógrafo, vivir en el departamento en el que ahora habita Güerotix, o tomar clases de piano o árabe. Y un piano (¿o sintetizador?), por supuesto. Pero antes necesito comprarme la sala, que nunca he tenido una propia. Y rematar el francés, el alemán y el hebreo. Raramente acabo los proyectos que me entusiasman. Siempre los emprendo, eso sí. Comenzar me resulta más fácil, es que el rechazo me da miedo. También me gustaría vivir en el campo, y escuchar a los grillos hasta quedarme dormido, hilar mis pensamientos con la lógica de las luciérnagas y beber leche bronca todas las mañanas (nunca la he probado). Me encanta ritualizar, soy un mañoso. Lo anterior, sin embargo, no me atrae tanto como alquilar un departamento en el barrio armenio de Jerusalén, y hacerme amigo de los árabes. Ellos me llevarían a Etiopía porque yo les parecería muy simpático, pero no les permitiría que me pagaran nada; eso no. Amaría que mis papás me visitaran en Israel, les tendría preparada una habitación muy linda y ventilada. Me lamentaría con ellos por no haber estado nunca en un kibutz. Ay, ¿y la actuación? Casi nunca lo revelo, pero por mucho tiempo la he considerado mi vocación natural; como también me pasa con las religiones, ahora mismo deseo convertirme a dos, e iniciarme en el rosacrucianismo. O tal vez necesite emular las actividades de mis papás, que seguro me saldrían muy bien. Y saber mucho de pintores españoles, como mi mamá. Y comprar la comida en Costco, como hace ella. ¿Qué coche tendría? No, un coche no. Mejor una bici, con un candado infalible. Nada como el ejercicio para sanar. Pero primero la sala, en donde leería, comería yogurt y seguiría escuchando a Astrud. Viviría con Fortina en el edificio Mascota, sobre Bucaleri, y le debería mis ingresos a la locución y el doblaje. Y a escribir alguna columna que fuera lo suficientemente influyente como para convertirme en un blanco fácil, como esos conductores gays de la tele. Y como el rechazo me da miedo, terminaría por abandonar la escritura y regresaría a, mmm, el catolicismo. Un poco como Chesterton, pero sin tanto dinero y con un Tarot de Marsella debajo de la cama. ¿Qué les parece?
A continuación, un post larguísimo y clavadísimo
Hasta parece que me empeño en estar triste o adolorido, ¿a poco no? Pero no es así, en serio. Es sólo que recientemente me he sentido abatido, siempre por alguna excusa distinta, aunque un motivo inmóvil: resulta que me he cansado de luchar contra la vida, como Job. De niño y adolescente, mi mamá me decía que era imposible ganarle a un profesor o a un papá en una discusión. Así me pasa ahora con la vida, o Dios, o el destino, o como sea que se llame 'eso' que 'se empeña' en ponerme triste o adolorido. Los doctrina católica argumenta que el dolor es consecuencia de actos que uno no debería cometer. ¿Será que estoy haciendo algo mal? Es muy probable. Pero tampoco creo que esté tan perdido. Pago a tiempo el gas y el celular, administro cada una de mis quincenas con la precisión del pájaro que construye un nido, cumplo con mi trabajo puntualmente, obedezco las normas cívicas más elementales; y, sin embargo, mi último tanque de gas sólo me duró dos semanas, mi celular dejó de funcionar de pronto, mi sueldo no me alcanza, en Editorial Mapas siguen sin pagarme y los coches que no respetan los semáforos me avientan el coche si paso delante de ellos. Ya sé que no soy una víctima, pero entonces, ¿qué pasa? ¿Será que la vida no es justa? Me rindo: ya no pienso hacer las cosas correctamente. De todas formas, no puedo evitar el dolor o la tristeza. He decidido ser como Epicuro, o esos patanes de mi oficina que suben como la espuma, sin importar si hacen bien o mal su trabajo. Quisiera hablar con el Papa sobre estas cosas; no para convencerlo de que la doctrina católica está equivocada, sino para que al menos me consuele. Como Ángel, que ayer escuchó mis lloriqueos; o Dorian, que me invitó a cenar; o Laura y Aristóteles, que me recibieron en su casa para ver Lost, con palomitas y todo. (Soy muy afortunado de ser amigo de mis amigos.) También quiero ametrallar al responsable de que mi cheque no salga, y atropellar a los conductores que se enojan cuando me interpongo entre el semáforo en rojo y ellos. En fin, no quiero que este post sea del todo quejumbroso, así que remataré con el relato de un efímero y bonito encuentro que aconteció anoche, cuando caminaba de regreso a mi casa. En la esquina de Álvaro Obregón y Jalapa me encontré a Chucho y su perrito sonriente. Apenas nos conocemos, pero ambos visitamos nuestros respectivos blogs y solemos coincidir en las fiestas. Nos abrazamos, me comentó que le gustaron las fotos que cargué aquí ayer (las de Afrodita en el Piso 10) y yo le dije que después le enviaría una fotografía que le tomé a su pelo el sábado. Fue todo. Nos despedimos, y yo me quedé con una sensación padre. A alguien le habían importado mis cosas, y además pude recibir un abrazo justo cuando de verdad lo necesitaba. Prácticamente un desconocido me había hecho sentir un poco mejor. ¿La vida sí es justa, entonces? ¿Qué diría el Papa sobre esto? Ah, claro: que Chucho está ex comulgado. Así como Madonna y los masones. Bah, no tendría caso discutir con él. Yo ya tengo clara la inutilidad de luchar.
Hoy huele a norte
Qué oscura foto, hasta parece lomográfica o antigua. Sin embargo, aquella tarde de los 90 fue para mí un evento súper luminoso. Yo soy el de la izquierda, y a mi lado están Julio y Benjamín. La foto la tomó Alejandro. A primera vista, esta fotografía parece evocar alguna experiencia bonita con mis amiguitos de El Encino (no se pierdan la portada del sitio web, en la que los papás entregan a su hijo al vacío social). Y bueno, así fue. Resulta que ese día decidimos subir al punto más alto del estado de Aguascalientes, y eso es justo ahí, en donde nos tomamos la foto. Poco después, Benjamín y Alejandro descendieron a/con/de/en rappel; mientras que Julio y yo, todos miedosos, preferimos hacerlo a pie. Anocheció, nos perdimos y ambos estábamos asustadísimos, en medio de un mar de hojas secas que nos llegaban hasta la cintura. Vimos una víbora, nos resbalamos cuesta bajo varias veces y terminamos más húmedos que un escusado (de hecho, también a eso olíamos). Y sin señal en el celular, por supuesto. Horas más tarde hallamos el camino hacia nuestros compañeros, acampamos y nos mantuvimos despiertos toda la noche a causa de una tormenta inverosímil. De pronto se escucharon pasos alrededor de la tienda de campaña, y un señor dijo: "Huele a norteee". Casi se me sale el corazón. Pero eso no sucedió, hoy mi corazón está en otro lado: en los recuerdos y en los planes. Y hoy me pregunto cómo hacerle para vivir un aquí y un ahora luminosos; a pesar de las víboras, los deslices y la humedad de esta vida que a veces huele a escusado y suele lucir lomográfica y antigua.
Anoche fui a ver 'El sueño sin fin', y me gustó un montón
Por ahora no puedo decir mucho más porque mi subconciente no ha terminado de reponerse. Además, ya ayer le conté a Hugo mis primeras impresiones, en El río de la plata. Qué cantina tan agradable y barata, por cierto. Sí, agradable. Y qué obra de teatro tan intensamente inspiradora. Después de verla me entraron ganas de saberlo todo. Sí, todo. Pero por ahora me conformo con renunciar a mi trabajo, mudarme a Jerusalén y dedicarme al estudio de las artes, las ciencias, las religiones y los lenguajes. Sólo necesito reunir el dinero suficiente. ¿Será posible que Men's Health en español me lo proporcione? Ya veremos.
¿Cuál era mi problema?
¿Qué me hacía pensar que pintarme el pelo y dibujarme un bigotito sería divertido? No lo sé, pero sí que lo fue. Esta foto es de 1999, y en ella aparecemos Moyra, Juan Pablo y yo. Aquel día, los tres nos disfrazamos de algo para sorprender a los compañeros de la universidad, y sobre todo a nuestros profesores. Pues bueno, lo logramos. Era viernes, y desde temprano nos vimos en la casa de Moyra para idear nuestros 'disfraces'. Yo llevé pinturas Vinci y mi uniforme de deportes de la secundaria, así como un saco de pana que hoy amaría descubrir en mi pequeño armario. No fuimos los únicos: otros tres o cuatro amigos llegaron con pelucas, ropa puesta al revés y demás tonterías que nos parecían muy ingeniosas. Posiblemente lo eran. Recuerdo bien el momento en el que entramos juntos al salón, llenos de emoción y seguridad. Qué rebeldes, auténticos y osados nos sentíamos. Algunos días después, el maestro de periodismo nos leyó un ensayo que preparó con relación a nuestro 'happening'. Nos calificó de "pseudo estudiantes". Buuu. Qué rebelde, auténtico y osado se sentía. ¿Cuál era su problema?
¿Y cuál es mi problema ahora, con esta ropa?
Un sueño
Esta madrugada, mientras Fortina rascaba incesante y ruidosamente la puerta de mi habitación, soñé que mi jefe me presentaba a un corrector de estilo que, a partir de ese momento, trabajaría con nosotros. Usaba lentes, era moreno y hablaba un poco de alemán. "No lo puedo creer, todos los correctores de estilo se parecen", le decía yo a mi jefe. Y entonces ambos lucían igual.
Ha llegado la hora de confesarlo
Hace como tres meses participé en este programa de televisión, cuando estuve en Tel Aviv. Gané mucho dinero, y luego lo perdí.
Pero la pasé bien :)
Pero la pasé bien :)
El viernes fui a la conferencia de Alejandro Jodorowsky en la UNAM, y esto es lo que pasó
Mucha gente y un gran maguey. ¿Sí es un maguey?
¿Emos?, ¿lesbianas?, ¿punks? Alguien después me dijo: "son sólo pobres". Qué horrible comentario. A mí me dio ternura su bolsa de Sabritones. Ternura y antojo.
Conversaciones médicas y sentimentales sobre el zacate. No sobre el zacate, sino encima del zacate. Ay, creo que nunca había escrito la palabra 'zacate'.
Unos tenis que me gustaron. ¿O será que más bien me gustó la idea de fotografiarlos? Ahora que lo pienso, los tenis no tienen nada de especial. Bueno, la foto tampoco.
Risillas malvadas sobre y encima del zacate.
Yo quiero ser Jorge Pedro, y ya
Hoy, después de casi una hora y media de tráfico, mi amigo número seis me preguntó sobre el período de mi vida que más extraño. Era una interrogante sencilla y directa, pero yo la repliqué a la usanza de esos analistas políticos que salen en la tele: dándole vueltas al tema con habilidad antes de responder con una idea concreta. Al final, Gerardo debió quedarse con la impresión de que siento lástima por mi pasado, o algo así, pues le dije cosas como: "Siempre me he sentido aparte", "casi nunca estuve cómodo con mis circunstancias" y "yo no era alguien libre, tenía miedo y vivía escondido". Me refería a mis años de educacion media, media superior y superior. Pero ¿de verdad siento lástima por mi pasado? Para ser franco, haber vivido en Veracruz, y después en Aguascalienpeor, me marcó de manera definitiva. Significó una especie de retroceso (que no una involución) soleado y polvoso, pero también una prueba nublada y húmeda. De la pubertad a la adolescencia, del Opus Dei a la universidad pública y del miedo a la angustia, vaya cosas. Fueron años feítos, como si me hubiera tocado interpretar la vida de alguien más, y rodeado de un montón de personas que parecían vivir en el Neolítico. Sólo yo soy responsable de lo anterior, desde luego; pero igual no dejo de sentir un poquillo de amargura por aquel período. Hoy tengo muy claro que la parte más feliz de mi vida es la actual. Desde hace unos cinco años, me siento más yo. Esta mañana, por ejemplo, desperté lleno de entusiasmo y con ganas de escuchar canciones sesenteras de David Bowie en 5.1. Qué sensación tan refrescante y diáfana, tan de estos años míos. Yo quiero ser Jorge Pedro. Sin voltear atrás, y sin auscultar demasiado en el futuro. Tengo ganas de hacer todo lo que se me antoje. Me encanta la idea de sentir nostalgia por estos años, y sentirla desde ya.
Nostalgia, vocación y cognac
Es raro sentir nostalgia por una ciudad, especialmente si uno ha estado ahí pocos días. En mi caso, sólo siete. Por otra parte, Jerusalén es un lugar bastante común para recibir y ofrecer inspiración. Me imagino que aun a los turistas les pasa. Entonces, si digo que extraño Jerusalén, algunos pensarán que se trata de una pose (y tendrán algo de razón, de otra forma no lo compartiría en un blog); pero quienes han estado en la capital de Israel, no necesariamente de manera literal, entenderán a qué se refiere este sentimiento. A pesar de que Jerusalén no se distingue por ser una ciudad cómoda, se trata de un sitio atractivo por definición. Me refiero a la ciudad vieja, la que está dentro de las murallas. Pensar en las calles que conectan el barrio judío con el armenio, por ejemplo, me pone sentimental. Recuerdo bien la sensación que me produjo entrar en la iglesia de Santiago, con los calcetines húmedos por la nieve, y la garganta seca por tantas horas de silencio. O cuando estuve en el templo de San Marcos, en la misma zona, en donde presencié una misa en arameo y conocí una pintura ejecutada por Lucas, el evangelista, así como el verdadero emplazamiento de la última cena. Pero, sobre todo, tengo presentes los pensamientos que me asaltaron durante aquella celebración siria: "Podría quedarme aquí toda la vida", "¿y si mi verdadera vocación fuera esta?", "una religión no me basta, yo necesito practicarlas todas", "el cristianismo es hermoso", "si un rito no fuera atractivo, este no sería real", etcétera. Después de eso me dirigí a una taberna, muy cerca de la puerta de Jaffa, para escribir sobre la intensidad de estas ideas y beber un par de copitas de cognac armenio. De regreso al hospicio, mi mano derecha y mis músculos faciales estaban tensos por tanto escribir, sentir tanto frío y emitir tantas risas en solitario. Por Bafomet, ¿cómo no voy a sentir nostalgia por eso?
Un desencuentro al descubierto
Hace tiempo, a lo sumo el año antepasado, soñé que fotografiaba una pintura en donde aparecían el rey Salomón y la reina de Saba; pero el retrato estaba incompleto. Después, alguien me compartía la parte que a mí me faltaba. Pues bien, hace como dos meses tuve la oportunidad (el atrevimiento, en realidad) de conocer una capillita etíope en Jerusalén. Y ahí estaba este cuadro que ilustra el encuentro entre Shlomo y Balkis; una pintura rara. Hoy descubrí que, también en febrero de este año, Fredy Ross tomó una foto similar, y ahora entiendo que mi sueño se había cumplido sin que yo me diera cuenta (durante esos días mi conciencia se encontraba fija en los espejismos de la nieve). Finalmente, me pregunto si la vela que coloqué ahí para pedir por los viajeros solitarios es una de las que se ven en el retrato de Fredy. Hay cosas que se descubren tarde, pero hay otras que nunca se saben. Como el destino de la reina de Saba.