Qué claro lo tengo todo

¿Y si yo fuera escritor? Nadie me lo creería. Así que mejor no, el rechazo me da miedo. ¿Y qué tal la poesía? Eso sí que jamás lo confesaría. Por ahora me convendría más una beca para convertirme en fotógrafo, vivir en el departamento en el que ahora habita Güerotix, o tomar clases de piano o árabe. Y un piano (¿o sintetizador?), por supuesto. Pero antes necesito comprarme la sala, que nunca he tenido una propia. Y rematar el francés, el alemán y el hebreo. Raramente acabo los proyectos que me entusiasman. Siempre los emprendo, eso sí. Comenzar me resulta más fácil, es que el rechazo me da miedo. También me gustaría vivir en el campo, y escuchar a los grillos hasta quedarme dormido, hilar mis pensamientos con la lógica de las luciérnagas y beber leche bronca todas las mañanas (nunca la he probado). Me encanta ritualizar, soy un mañoso. Lo anterior, sin embargo, no me atrae tanto como alquilar un departamento en el barrio armenio de Jerusalén, y hacerme amigo de los árabes. Ellos me llevarían a Etiopía porque yo les parecería muy simpático, pero no les permitiría que me pagaran nada; eso no. Amaría que mis papás me visitaran en Israel, les tendría preparada una habitación muy linda y ventilada. Me lamentaría con ellos por no haber estado nunca en un kibutz. Ay, ¿y la actuación? Casi nunca lo revelo, pero por mucho tiempo la he considerado mi vocación natural; como también me pasa con las religiones, ahora mismo deseo convertirme a dos, e iniciarme en el rosacrucianismo. O tal vez necesite emular las actividades de mis papás, que seguro me saldrían muy bien. Y saber mucho de pintores españoles, como mi mamá. Y comprar la comida en Costco, como hace ella. ¿Qué coche tendría? No, un coche no. Mejor una bici, con un candado infalible. Nada como el ejercicio para sanar. Pero primero la sala, en donde leería, comería yogurt y seguiría escuchando a Astrud. Viviría con Fortina en el edificio Mascota, sobre Bucaleri, y le debería mis ingresos a la locución y el doblaje. Y a escribir alguna columna que fuera lo suficientemente influyente como para convertirme en un blanco fácil, como esos conductores gays de la tele. Y como el rechazo me da miedo, terminaría por abandonar la escritura y regresaría a, mmm, el catolicismo. Un poco como Chesterton, pero sin tanto dinero y con un Tarot de Marsella debajo de la cama. ¿Qué les parece?