A continuación, un post larguísimo y clavadísimo

Hasta parece que me empeño en estar triste o adolorido, ¿a poco no? Pero no es así, en serio. Es sólo que recientemente me he sentido abatido, siempre por alguna excusa distinta, aunque un motivo inmóvil: resulta que me he cansado de luchar contra la vida, como Job. De niño y adolescente, mi mamá me decía que era imposible ganarle a un profesor o a un papá en una discusión. Así me pasa ahora con la vida, o Dios, o el destino, o como sea que se llame 'eso' que 'se empeña' en ponerme triste o adolorido. Los doctrina católica argumenta que el dolor es consecuencia de actos que uno no debería cometer. ¿Será que estoy haciendo algo mal? Es muy probable. Pero tampoco creo que esté tan perdido. Pago a tiempo el gas y el celular, administro cada una de mis quincenas con la precisión del pájaro que construye un nido, cumplo con mi trabajo puntualmente, obedezco las normas cívicas más elementales; y, sin embargo, mi último tanque de gas sólo me duró dos semanas, mi celular dejó de funcionar de pronto, mi sueldo no me alcanza, en Editorial Mapas siguen sin pagarme y los coches que no respetan los semáforos me avientan el coche si paso delante de ellos. Ya sé que no soy una víctima, pero entonces, ¿qué pasa? ¿Será que la vida no es justa? Me rindo: ya no pienso hacer las cosas correctamente. De todas formas, no puedo evitar el dolor o la tristeza. He decidido ser como Epicuro, o esos patanes de mi oficina que suben como la espuma, sin importar si hacen bien o mal su trabajo. Quisiera hablar con el Papa sobre estas cosas; no para convencerlo de que la doctrina católica está equivocada, sino para que al menos me consuele. Como Ángel, que ayer escuchó mis lloriqueos; o Dorian, que me invitó a cenar; o Laura y Aristóteles, que me recibieron en su casa para ver Lost, con palomitas y todo. (Soy muy afortunado de ser amigo de mis amigos.) También quiero ametrallar al responsable de que mi cheque no salga, y atropellar a los conductores que se enojan cuando me interpongo entre el semáforo en rojo y ellos. En fin, no quiero que este post sea del todo quejumbroso, así que remataré con el relato de un efímero y bonito encuentro que aconteció anoche, cuando caminaba de regreso a mi casa. En la esquina de Álvaro Obregón y Jalapa me encontré a Chucho y su perrito sonriente. Apenas nos conocemos, pero ambos visitamos nuestros respectivos blogs y solemos coincidir en las fiestas. Nos abrazamos, me comentó que le gustaron las fotos que cargué aquí ayer (las de Afrodita en el Piso 10) y yo le dije que después le enviaría una fotografía que le tomé a su pelo el sábado. Fue todo. Nos despedimos, y yo me quedé con una sensación padre. A alguien le habían importado mis cosas, y además pude recibir un abrazo justo cuando de verdad lo necesitaba. Prácticamente un desconocido me había hecho sentir un poco mejor. ¿La vida sí es justa, entonces? ¿Qué diría el Papa sobre esto? Ah, claro: que Chucho está ex comulgado. Así como Madonna y los masones. Bah, no tendría caso discutir con él. Yo ya tengo clara la inutilidad de luchar.