Estoy súper musculoso
De la mente, por supuesto. He reunido la fuerza y conseguido la habilidad necesarias para pescar con fiereza aquellos pensamientos cuyo propósito es dañarme, y entonces yo los levanto y arrojo muy lejos. Lo mismo con esas palabras necróticas que me lanzan algunas personas que me temen. Comprendo que me ataquen para defenderse a priori, así que no me meto con ellas. Más bien me concentro en su discurso, el cual, una vez aplastado entre mis palmas, queda irreconocible, aun para esta gente que se ríe nerviosa porque se sabe sola. Son seres muy sensibles. Puedo entender que les afecte el abandono porque yo también me he sentido así. Pero gracias al ejercicio, todo eso ha quedado atrás.
Lo que escribí hoy al despertar en mi libreta de sueños, aún medio dormido
El diablo es rojo porque por su cuerpo circula sangre. Él es un mago con exceso de poder, un poder que atraviesa a los demás y se desborda aparentemente sin control. Pero el control no lo tiene él, sino yo. Y yo tengo el corazón de los leones.
Mis violetas
¡Gracias, Diana, por los consejos para lograr que floreen! Esperemos que suceda pronto. Por ahora ya las cambié de lugar, y empecé a regar la tierra en vez de las hojas. Eso sí: aún no me atrevo a hablar con ellas.
Ya basta
Estoy más preocupado que cansado. En mi caso, sería raro sentir hartazgo por tantas fiestas: me encanta desvelarme, parlotear con la euforia que concede la bebida gratis y, en ocasiones, escuchar música interesante (y hasta bailar). El sentimiento que tengo es más bien de preocupación. Soy mi propio papá regañón, y enseguida me doy cuenta de que estoy pasándome de la raya. Además, la ciudad de México no ayuda mucho: todos los días hay al menos una fiesta patrocinada por alguna marca de alcohol. En serio: todos. Y algo se encarga de recordármelas a cada rato. Unas están padres, y otras no tanto; pero generalmente me la paso bien, sobre todo porque voy con mis amigos. Pero ya basta, uno no puede ir por la vida durmiendo poco y bebiendo mucho; así que quiero anunciar que desisto, que ya no iré a tantas fiestas entre semana, que prefiero regresar a la mezquita sufi, al estudio del hebreo y a los documentales del canal 22. Ay, ¿cuánto tiempo durará mi renuncia a la fiesta consuetudinaria? Prometo avisarles.
Todavía
Alguna vez pensé que me gustaría vivir en Mineral del Monte. Me parecía muy romántica la idea de sentir la niebla del monte por las mañanas, y mirar las estrellas desde mi ventana antes de quedarme dormido. Además, me daba ilusión pensar que desayunaría con frecuencia en el mercado, y que algunos fines de semana acamparía en Mineral del Chico. Además, la gastronomía de Hidalgo me vuelve loco. Usaría velas para iluminar mi casa, y estudiaría la Torá y el Corán en la placita principal. Haría ejercicio y oiría misa, de lunes a domingo. Y, por supuesto, también escribiría un montón, quizá sentado en el panteón inglés. Asimismo, trabajaría en una logia masónica pequeñita, y me emborracharía con los lugareños una o dos veces al mes. Qué cantinas tan bonitas tienen ahí. Para ser franco, todavía deseo vivir en Mineral del Monte.
Los otros
Je suis un autre, estoy de acuerdo; y asimismo estoy convencido de que l'enfer, c'est sont les autres. En realidad, Rimbaud y Sartre estaban hablando de lo mismo. Es decir, el uno se reconoce como "infierno" a través de aquello que no es el uno. Y eso lleva tiempo, y en ocasiones sufrimiento. Pero según el Kybalión todo es el uno, y también con esa idea estoy de acuerdo. Es como con Dios: muchas personas lo buscan, y al final encuentran sobre todo dolor. ¿O sea que buscarlo es inútil? Efectivamente, buscar es un verbo que le pertenece a los otros. A mí me parece que "lo otro" sólo sirve para establecer referencias, como cuando el Pac-Man choca contra las paredes y su camino toma otro curso. Los otros son un pasamanos. Todos somos un otro y todos somos Dios, un dios rojo encerrado en un Pinball infernal. Qué fácil sería reconocerse como parte de la otredad, y ya. Pero ahí estamos los otros, haciendo el ruido de la torre de Babel.
Precopeo en el baño de un 7-Eleven, en el Centro Histórico
¿Por qué pagar 40 pesos por una cerveza en el Pasaje América, si por el mismo dinero es posible comprar (¡y beberse!) un six en el 7-Eleven?
Lo que sí me harta
Los abandoné, espero que temporalmente, porque me cansé de ellos. Una institución es sus miembros, y esos miembros están desmembrados. Otros desencuentros similares me han sucedido desde siempre, casi todos graduales y hasta cómodos. ¿La explicación? Cuando una situación o costumbre me harta es porque me harta, y ya. Me pasó con el Superama de Michoacán, el jamón serrano y las canciones de Jarvis Cocker. Pero da igual, ¿no?
Lo que no me harta
Ayer, mientras Ángel y yo comíamos en nuestro restaurante favorito del momento, un tema pringoso saltó hacia la mesa y se acomodó entre los nabos y la salsa de frijol con mariscos. Desde entonces no logro despegarlo de mi mesa mental. "¿Tú crees que algún día nos cansemos de la comida coreana?". Yo dije que no, que pocas cosas que me gustan me cansan. Y es verdad: ni Depeche Mode ni Astrud ni el blog ni las nueces de la India me han hartado nunca. Tampoco beber Yakults cada mañana, saludar a mis compañeros de oficina todos los días o estudiar idiomas; mucho menos consentir a Fortina. En realidad, me cuesta trabajo pensar en algún hábito o actividad disfrutable que termine fastidiándome. ¿Debo preocuparme, o alegrarme? ¡Más bien dejar de pensar en esto!