Disfruto caminar por el camellón de Horacio cuando estoy triste. No en Shabat porque los ortodoxos me harían sentir peor. Si los jardines son la sonrisa de la naturaleza, entonces Polanco es una carcajada en la ciudad. "¿Quién se llevó su tranquilidad, su prestigio de zona residencial?", se pregunta Guadalupe Loaeza en Las reinas de Polanco (Cal y Arena, 1988). "¿Quién la desmaquilló para pintarrajearla con letreros de todos colores y sabores? Ahora colonia de (...) oficinas burocráticas, taquerías, supermercados, clínicas unisex, cineclubes, hoteles, creperías y vulcanizadoras." Apenas 75 años atrás en esta zona estaban los alfalfares, maizales y establos de la Hacienda de los Morales. Entonces Homero, Horacio y Presidente Masaryk –avenida de la Piedra Redonda en la época colonial– eran caminos de tierra que limitaban los sembradíos de maíz de Oriente a Poniente. Con tanta nostalgia casi disfruto estar triste cuando camino por el camellón de Horacio.
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