Quiero y admiro a Alonso; es educado, cariñoso, sagaz. Durante el primer fin de semana en el edificio recibí a mi hermanita de visita. Sin conocerme nos invitó a tomar una copa en su departamento, arriba del mío. Ese fue el primer encuentro, a pesar de que ya habíamos tenido experiencias y contactos en común –esa noche nos dimos cuenta. La entonces novia se quedó dormida en la cama, y un par de horas después Alonso huyó a la calle. Así transcurrió el prólogo de mis subsecuentes vivencias nocturnas en la arteria más presumida del Centro. Pronto llegaron las fiestas multitudinarias que en dos patadas acabaron con los románticos ideales de la calle, en una de ellas alguien entró en mi departamento y robó cartera y iPod. Vaya afters y crudas durante los siguientes meses. Éramos como adolescentes, pero con dinero. Y no sólo Alonso y yo, también los vecinos Oldemar y Leo. Eran tiempos audaces, con mezcalería, hostería y taberna. Y Fortina entre todo aquello. Dos años más tarde en Regina se ve una botarga del Dr. Simi, se soporta el escándalo simultaneo de Jarabe de Palo y Manu Chao desde la taberna y una nueva cafetería, se padecen el organillero y los chicos tocando el violín por unas monedas, se desazolva la calle desde que anochece y hasta que amanece echando mano de un aparato ruidoso a ultranza, etcétera. El corredor cultural se ha convertido en un corredor, pero de inquilinos que despavoridos corren del Centro, recientemente entendido como espacio público y no habitacional. Yo sigo en Regina, sin embargo, porque me encanta el departamento y porque conseguí unos buenos tapones de oídos. También me gusta divisar amigos desde el balcón y espontáneamente proponerles una cerveza en la mezcalería, única sobreviviente de aquel tiempo. Una de esas personas, aunque viva en Brooklyn, en Alonso. Salud por los viejos tiempos.
Publicado en la columna "Sic transit gloria noctis" de la edición de febrero de 2011 de la revista Dónde Ir.
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