"Lo más insoportable durante el día fueron los gritos de auxilio. Allí estaban esas montañas de escombros, de acero y cemento, y nosotros sin el equipo necesario, sin grúas ni escaleras telescópicas ni trascabos, sólo con palas y picos y tenazas. La impotencia ante la agonía de alguien que está nomás a unos pasos es lo peor que me ha pasado, se lo juro. Mire, rescatamos a una señora que se la pasó gritando, incontrolable, que salváramos a su esposo y a sus hijos que se hallaban bloqueados por un techo. Ella lloraba, y los cadáveres de su familia allí muy cerca, pero no los reconocía, no veía nada ni aunque hubiera querido. Sólo lloraba y gemía, y repetía nombres. Un voluntario muy jovencito no aguantó y se puso también a chillar. No se le ocurrió otra forma de ayudarla. Otros nomás llegaban y decían: 'Ya encontramos dos muertitos', como para interponer el diminutivo entre ellos y su ciencia del drama. Y luego el horror de ir descubriendo dedos o piernas o brazos, padres aferrados al cuerpecito de sus hijos, niños con su oso de peluche, señoras con el crucifijo en las manos; ¿quién me borra esas imágenes?"
Fuente: testimonio recogido por Carlos Monsiváis para el reportaje "Collage de voces, impresiones, sensaciones de un largo día" publicado en la revista Proceso el 23 de septiembre de 1985.
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