Los cabarets en la ciudad

Los cabarets en la ciudad by jorgepedrouribe

El cronista Bernal Díaz del Castillo escribió su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España décadas después de la caída de Tenochtitlan, por lo que se cree que incurrió en ciertas exageraciones en los relatos. Uno de los más atractivos, sin embargo, seguro que no necesitó recursos literarios para resultar sorprendente; me refiero al relacionado con el zoológico de Moctezuma Xocoyotzin. No se trataba de un jardín zoológico como los de hoy, pues únicamente el emperador, su corte y los más de 600 hombres que trabajaban en él podían deleitarse contemplando los animales traídos de diversos puntos de imperio. Este totocalli privado se encontraba en la parte trasera del inmenso Palacio de Axayácatl, en donde hoy funciona la Panadería Ideal (República de Uruguay 73, Centro). Este predio perteneció luego al Convento de San Francisco, y en los años veinte del siglo XX se construyó aquí el Monte Carlo, uno de los cabarets más famosos de la ciudad. Este paso de animales a sacerdotes y de sacerdotes a prostitutas no deja de llamar la atención.

En una imagen que encontré en la fototeca del Instituto Nacional de Antropología e Historia se ve a un señor con bigote, moño y traje a rayas en la entrada de esta "cantina-restaurante", en cuyos costados se ofrecían chácharas y tabaco; en el interior bailaban mujeres que provocaban a los asistentes, pero sin llegar a desnudarse. Ese era el aspecto que tenían la mayoría de los cabarets de la primera mitad del siglo pasado, como el Leda, en el que Diego Rivera y Frida Kahlo solían brindar con choferes de tranvías, o El Golpe, en donde se llevaban a cabo peleas de box. Antes, durante el Porfiriato, surgieron cabarets famosos como el arabesco Bagdad (República de Uruguay entre Pino Suárez y 5 de Febrero, Centro) y el Estambul (Eje Central 18, Centro), en los que transcurrían escenas parecidas a las de la primera secuencia de Ay, qué tiempos, señor don Simón (Julio Bracho, 1941), aunque sin tanto glamour. Si nos vamos más atrás hallaremos antecedentes como el Salón Wondracheck (Portal de Mercaderes, Centro), propiedad de un austrohúngaro que vino con Maximiliano de Habsburgo para emborrachar y atolondrar con bellas meseras a media ciudad –la mitad rica, que no era mitad. Todavía más lejano en el tiempo se sabe de un burdel clandestino con cantantes en la esquina de Moneda y Seminario, en el primer piso de un hotel que existió mucho antes que la cantina El Nivel. Más de un virrey hizo corajes al mandarlo clausurar.

El término "cabaret" llega a México en el siglo XX, cuando elementos del cancán, la rumba cubana, el burdel y las viejas pulquerías de la calle Ballesteros (República de Cuba), por citar los más evidentes, dan forma a un lugar de reunión eminentemente masculino al que se va a beber, admirar una "variedad", bailar y en ocasiones pagarle tragos a las empleadas. Roberto Gavaldón retrató con esmero el espíritu de un cabaret entre elegante y bárbaro en su película La diosa arrodillada (1947); en una conocida escena María Félix avergüenza a Arturo de Córdova anunciando con una canción y frente a un público enloquecido que ella nunca se va a casar. Una referencia más cercana a la realidad proletaria es el Gémini de Los Caifanes (Juan Ibáñez, 1966) que tanto disfruta Julissa y padece Enrique Álvarez Félix.


Queda poco de aquellos sitios, pero todavía es posible vivir experiencias por el estilo gracias a ciertos table dances, lugares gay, bares de ficheras y salones de baile, por ejemplo el Barba Azul (Bolívar esq. Gutiérrez Nájera, Obrera), el Savoy (Bolívar 120, Centro), el Dos Naciones (Bolívar 58, Centro), El Oasis (República de Cuba 4, Centro) y El Vicio (Madrid 13, Del Carmen Coyoacán). Qué ganas de revivir los cabarets de antes, aunque puede ser que la memoria de la ciudad haya caído en exageraciones similares a las de don Bernal Díaz, ahora que han pasado décadas. Nunca lo sabremos.


Artículo originalmente publicado en El Fanzine.