La otra madrugada desperté súbitamente. Tenía hambre. Me preparé una lámina de matzá con queso, aceite y zatar, y me dediqué a revisar la edición más reciente de una publicación periódica de la comunidad judía. Me di cuenta como nunca de las faltas de redacción y del diseño editorial deficiente, pero lo que más llamó mi atención fue el contenido superficial de varios artículos. Y qué decir de los anuncios –se renta casa de lujo en Acapulco para Pésaj, etcétera. El aburguesamiento de una gran parte de los judíos que viven en la Ciudad de México es verdaderamente preocupante. Lo detecto incluso en mi sinagoga, que por mucho es la más liberal e incluyente de todas. Preocupante porque aleja a muchos queridos paisanos de una realidad social en la que todos deberíamos contribuir, y porque el elitismo en México no necesita ser más avivado. Que el horno no está para bollos, pues. Nuestra responsabilidad como judíos es funcionar en conjunto como una luz entre las naciones, destacar por nuestra moral. Aclaro que acumular dinero y rentar una casa en Acapulco durante Pésaj no tienen nada de malo –la prosperidad material es una bendición por la que se trabaja duro–, pero no estoy tan seguro acerca del alejamiento geográfico y social de la vida judía debido a causas clasistas. Cuando me mude a Tecamachalco recuérdenme esto que digo, despiértenme súbitamente.
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