No ha transcurrido tanto tiempo, pero queda claro que la noche defeña –al menos la mía– de la década anterior no se parece mucho a la de hogaño. Hace poco hablé aquí de El Patio de mi Casa, ese bar generacional y pringoso que tantas maravillas y memorias hizo posibles circa 2007. Bien, resulta que por aquel tiempo existieron otros tugurios que echo de meno casi de la misma tonta manera. Quiero sacar a cuento, por ejemplo, al Jacalito, el Burburock y el Bullpen –nunca reparé en los nombres, así que ignoro si estoy escribiéndolos bien. ¿Qué le habrá pasado a estos famosos afters hermanos en el enclenque Edificio Insurgentes? Supongo que lo mismo que a la Condesa con sus Cinna Bar, Taste Gallery, 219 y Love Ixchel –este último en la Roma, en realidad. ¿Se acuerdan, por cierto, de cuando el Living estaba a un lado de la plaza Luis Cabrera, y el Box cerca del Salón 21? –¿se acuerdan de cuando se llamaba Salón 21? También la vida nocturna en el Centro Histórico ha cambiado considerablemente: no hace mucho todavía era posible cenar en el mítico Prendes o el misterioso Hayastán, brindar en El Nivel o en el Bar Alfonso, e ir a un concierto de, digamos, Titán en el edificio de Nafinsa. ¿Qué le ocurrió a la noche defeña? Poco ha permanecido del primer decenio, si acaso los lugares que no desaparecen porque nunca han decepcionado: los de Garibaldi, Bar Milán, Dos Naciones, los Cabaretitos y tantos otros en los que continúa residiendo el ADN de la actividad nocturna del DF, lluevan o relampagueen horarios de estado panista, leyes antitabaco o un posible regreso de cadeneros malvados. ¿Qué le ocurrió a la noche defeña, entonces? Pues no mucho. Más bien varios de nosotros hemos envejecido. Y qué bueno porque yo ya no aguanto otro trajinerazo justo después del amanecer.
Publicado en la columna "Sic transit gloria noctis" de la edición de marzo de 2011 de la revista Dónde Ir.
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