Ciertamente no poseo las credenciales para hablar del tema. Ni beca del Fonca ni apellidos grandilocuentes ni discursos de autenticidad evidenciados en peinado, tono de voz o atuendo. Tampoco un pedrigree cultural. Sólo la simpatía y una barba que hace las veces de lentes de pasta. Ustedes entenderán, pues, que no me atreva a hablar de un fenómeno que únicamente he visto desde la banqueta y con las palmas contra el cristal: las galerías de arte. Pero ¿qué tal la vida nocturna en las galerías de arte? Esa sí la conozco re bien y de cerca, tanto como lo está el hígado de mis labios. Ahora mismo los uso en la cantina El Gallo de Oro para reponerme del dineral que gasté hace un rato en libros –esa tramoya en extinción que se muestra cada vez menos necesaria para tantos creadores de arte contemporáneo que suelo toparme haciendo fila en la barra de una galería. Y no es que los juzgue; yo estoy igual. Acaso la sangría tan rica que sirven aquí es la que me permite vislumbrar el futuro próximo: más tarde terminaré en una fila así. Claro que sí. Posiblemente en el duodécimo piso de Eje Central 13, en el estudio de una guapa artista de nombre puro, que lo inaugura con un showcito entre amigos. Llegaré invitado por un amigo en común para disfrutar de la vista nocturna hacia el Sur, el Poniente y aquí cerquita la esquina del imaginario Super Leche. Ella golpeará una tarola y cantará mientras su colega repite acordes en escala menor. Usará una capa con su nombre impreso, la cual saldrá por la ventana y llegará casi hasta los peatones. Las paredes con fotografías y lienzos con frases en inglés en los que pocos reparan. Yo desde luego seguiré bebiendo, sin pagar gracias al concomitante patrocinio de alguna marca de cerveza. Me pondré rojo e imprudente y saludaré a todo el mundo. Desde ya dudo que alguien corresponda mi sonrisa, conozco a estas personas; puede ser que en este ambiente una sonrisa no resulte apropiada o que tanta barba la sofoque. El after en casa del amigo en común, a un par de cuadras de acá. Más alcohol. Y gratis. Me doy cuenta de que cada vez que piso una galería o asisto a un evento así acabo borracho. Incluso en kurimanzutto, en donde inauguran de día –benditos ellos. Evoco desde este gabinete, acompañado por una cubita con limón, tantas fiestas en Yautepec Galería, a veces hasta con tacos al pastor, o las borracheras en Luis Adelantado México, entre tantos jorgepedros que ni pío de arte ni pío de vergüenza. Todo gratuito. ¿Son las galerías de la Roma, San Miguel Chapultepec y aledañas las nuevas barras libres? Sí, tal cual. Entonces, acá en El Gallo de Oro, me asalta una pregunta que tal vez varios de ustedes ya se formularon hace renglones, y no es precisamente: "¿Qué hago en una cantina si puedo beber gratis en alguna galería?", sino más bien: "¿El problema son las galerías o soy yo?". Son los libros, amados lectores. Y ningún problema, que conste.
Publicado en la columna Sic transit gloria noctis de la edición de noviembre de 2010 de la revista Dónde Ir.
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