El Centro de Octavio Paz

"[Los pobladores artísticos del Centro] eran más de los que pueda recordar de pronto. Había una pequeña tertulia frente a la librería Porrúa. En ella estaban Andrés Henestrosa, Alejandro Gómez Arias y algunos más jóvenes como mis amigos y yo. Y por ahí pasaba mucha gente: Diego Rivera, Orozco y muchos otros pintores. Pasaban Villaurrutia y Novo, que trabajaban muy cerca, en la Secretaría de Educación Pública, y Efrén Hernández, que trabajaba con ellos. Era un ratoncito con grandes anteojos. Y también Jorge Cuesta y José Gorostiza. Había cafés de chinos a los que íbamos los jóvenes con poco dinero, y había los otros cafés, que eran más caros. Mucho más tarde, al final de los 30 y principios de los 40, había el Café de París. La dueña era una señora francesa, amiga de Pepe Gorostiza. Iba mucha gente: toreros, novilleros, pero sobre todo íbamos escritores y artistas. En el Café de París había una tertulia que empezaba más o menos a las cuatro de la tarde. En una gran mesa estaban siempre o casi siempre Octavio Barreda, Celestino Gorostiza, Xavier Villaurrutia, un escritor amigo suyo que se llamaba Luquini, el pintor Orozco Romero y dos personas que eran de las más asiduas: León Felipe y José Moreno Villa. De vez en cuando iban José Gorostiza –que ya era diplomático– y Ortiz de Montellano (...) De lo que se hablaba era de libros y vida literaria, arte, música y muchísimo teatro porque toda aquella gente estaba muy interesada en el teatro (...) Había otra mesa al lado, que era la de los marxistas, la de los revolucionarios, donde la figura más importante era José Revueltas (...) Después de las seis de la tarde se hacía una mesa muy ruidosa en la que me gustaba sentarme porque era la más divertida. En ella estaban Juan Soriano, que era un poco el centro de atención, Lupe Marín, Lya Costa, quien después se casó con Cardoza y Aragón, Lola Álvarez Bravo y María Izquierdo, que era encantadora y estaba siempre decorada como un ídolo, como una especie de diosa precolombina totalmente pintada y repintada, una máscara viviente. Este grupo llegaba tarde, salía tarde del café y después se iba a correrías nocturnas que no siempre terminaban brillantemente (...) Todo en aquella ciudad me fascinaba, aunque tenía un aire de grandeza venida a menos. Suspiramos por el México de esa época, pero mostraba ya un esplendor caído, como una belleza maltratada. Ahora aquello se ha vuelto hilachas. Había nobleza y había en el México de esa época una gran cortesía. Era un México cortés. Un proverbio español de otro siglo decía: "Cortés como un indio mexicano". Y era verdad. Novo era un hombre cortés. Villaurrutia también. El único que encontré descortés fue a Diego Rivera. Algo extraño en un hombre de Guanajuato. ¿Sabe a qué se parecía el Centro de México? No a Madrid. El México que yo conocí era superior a Madrid. Aquel México era asombrosamente parecido a Palermo (...) Lo que se puede decir del México de esa época es que era una ciudad llena de grandeza caída (...)"

Fuente: Centro Histórico de la Ciudad de México. Artes de México. 1993.