Me llamo Jorge y tengo siete años (y más)

Fue tan sencillo como entrar al edificio y acercarme a un par de veinteañeros que conversaban en la cafetería de la planta baja. Les pregunté cómo y ellos me dijeron cómo. Seguí sus indicaciones y después de casi un año de entrevistas me citaron una tarde de primavera para por fin admitirme. Esa mañana mi querido ex vecino Jorge Rolando me acompañó al Sears de Plaza Insurgentes a comprar zapatos, corbata, camisa y hasta cinturón; y luego a las tortas del parque México. Llegué puntual al lugar acordado, pero los anfitriones me hicieron esperar un montón de tiempo. Me sudaban las manos, y seis horas más tarde el cuerpo entero. Terminé cenando en un Vips con desconocidos que pronto se convertirían en comparsas, y cerca de las cuatro de la mañana regresé a mi casa exhausto. Esa madrugada soñé con extranjeros. Pasaron los años, los escarmientos, las satisfacciones, las decepciones y finalmente el hartazgo. Pero un buen día volveré, estoy seguro, y encenderé mis hogueras de nuevo. Por ahora es cuanto.