Esos otros amigos

Los que casi nunca veo y probablemente no conozcan ni mi segundo apellido. Pero qué bien me entienden cuando en mi blog escribo que soy un trabajador de piedras ardiendo a la orilla de un río. Solemos toparnos en las mismas fiestas, como si viviéramos en un pueblo pequeñito. Y yo me pongo rojo e impertinente, pero a ellos no parece importarles. Incluso les da gusto estar conmigo, como aquella tarde en la UNAM, con Jodorowsky detrás. O esa noche en casa de Sara Brito, con Changorama al frente. Una de ellas me invitó una vez a su fiesta, y ahí estaba Llesi, por quien también siento una simpatía especial. Ambas son adorables, de manera axiomática. Otro me presentó a Astrud, La Buena Vida y Ellos; lo suyo no tiene nombre. ¿Y qué decir de Lorena? Conservo pocas fotos de ella, pero las que tengo me inspiran ternura y audacia. Confieso que a veces las veo sólo por el placer de recordar su sonrisa. Algo similar me pasa con Tamara y tantos otros. Tales amigos no han mordido el anzuelo, y eso me carga de esperanza. Pensarlos me refresca tanto como beberme una Cosaco en el Hayastán, o sonreirle a un rostro sin apellido en algún tugurio de mi subconciente. Quisiera verlos más.


Esta foto la tomé de aquí.