Luz ámbar

Ayer tuve una crisis a la hora de la comida. De un momento a otro, comencé a sentirme súper desanimado y débil, y con taquicardia. Primero pensé que se trataba de un rush de café o que quizá me hacía falta beber más agua. Después culpé a una compañera de mesa, cuya conversación era particularmente negativa. Al final decidí que estaba cansado, y nada más. Pero no. Ahora sé que lo mío era el tráfico, igual que hoy. Llegar y salir de Santa Fe me produce una peligrosa frustración. Le proporciona tristeza y pesadumbre a mi corazón, y se me quitan las ganas de trabajar. En este momento, por ejemplo, sólo tengo ganas de meterme en mi cama y dormir mientras abrazo a Fortina; o de ir con Tomás a La Casa de Toño, en Santa María La Ribera, y reírnos de la gente que tiene cara de maldad. Ya no sé qué hacer. El tráfico está peor que nunca, y a casi nadie parece importarle: los idiotas siguen pasándose la luz roja, estacionándose en segunda fila y comprando coches. Los policías de tránsito, por supuesto, no hacen nada al respecto. Qué decepcionado estoy de los idiotas. Ojalá pudiera acabar con sus bananerísimas existencias, y ya. ¿Alguien me ayudaría?