Casi da coraje que él ya lo sepa, así tan de repente. Él ya está ahí, en la otredad absoluta mientra nosotros continuamos en esta ignominia permanente. ¿Le habrá ganado México a Argentina? ¿Conservará su registro el partido de Patricia Mercado? ¿Cómo sonará el nuevo disco de los Super Elegantes? No importa, de verdad; nada de eso existe más.
Jamás voy a olvidar ese último encuentro, hace pocas semanas: yo comía pistaches al tiempo que observaba con tristeza a un montón de aztecas-en-poliéster bailando groseramente. Él regresó a la mesa, me consoló con sensatez y ternura, me besó en el cachete derecho y yo conseguí recuperar el ánimo. Entonces, salimos de ahí, tomamos un taxi hacia el norte de la ciudad y rescatamos a un par de desconocidos que olían a galletas de canela. Los cuatro nos despedimos en el cajero de Nuevo León y Campeche y él tomó un taxi de sitio. Llovía y yo prometí vernos pronto.
Recuerdo esa canción de Astrud. "Para cada cosa hay una vez que es la última." Yo no tuve ese último café, me negué. Y hoy no he dejado de pensar en Cristina Pacheco, la poeta de El Nivel, el café La Habana, El Popular, la calle de Puebla, los chistes locales, ese último taxi juntos, los sueños que describía en su blog; tantas cosas.
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