Si de todas formas, uno termina construyendo su propia realidad, prescindiendo de la objetividad, ¿por qué no inventar un mundo auténticamente audaz, más allá de lo falso/malo y de lo cierto/bueno? ¿Qué diferencia esencial, cualitativa, puede existir entre el pequeño margen de "error" en el que nos movemos cotidianamente y ese rango generoso de diferencia que casi nadie (se) permite? ¿Por qué sólo unos cuantos se atreven a creer en lo inverosímil, en su voluntad de poder? Seres como Nietzsche o Dios deben estar fascinados con ellos, pero el montonal de personas con las que convivimos a diario en el transporte público los odian y los miran con azoro. ¿Lo han notado? Y luego terminan muertos de la risa alrededor de una hoguera. Que se vayan a la mierda, por feos, entrometidos y obtusos. Y nosotros, a lo nuestro. Siempre hay con quién.
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