No estoy loco, no estoy loco, sólo estoy de-sem-ple-a-do

El 2004 empezó con una mala noticia. Mala en aquel momento porque ahora sé que las noticias no son malas ni buenas. Se presentan, en todo caso, con un aspecto cómodo o detrás de una apariencia incómoda. Bueno, pues que recibí una noticia inconveniente. Me quedé súbita e inexplicablemente sin trabajo. Un trabajo que me gustaba mucho y en el que ganaba una broma, no huelga decirlo. Estuve muy triste durante un séjour, aunque ya después me dedicaría a tocar con entusiasmo algunas puertas editoriales, sentimentales y hasta masónicas. El frenesí no me abandona ni ahora ni entonces, pero sí que sufrí un rato. Recuerdo, por ejemplo, la mañana del lunes 26 de enero, mi primer dole-day. Deambulé y deambulé, sin rumbo, por la parte septentrional de la colonia Roma y cuando pasé por el centro de Dianética que se encuentra frente a una de las salidas (¿o entradas?) más olorosas del metro Chapultepec, no dudé ni un solo momento y entré. Buscando ayuda. La obtuve y fue gratis. Resulta que me hicieron un examen de personalidad, mismo que arrojó las siguientes conclusiones.

Tengo un 10% de estabilidad emocional, un 80% de depresión, un 10% de serenidad, un 90% de proactividad, un 90% de energía, un 50% de responsabilidad (o de irresponsabilidad, pues), un 10% de autoestima, un 25% de capacidad de acuerdo y un 70% de timidez.

A diez meses y seis días de lo anterior, he decidido pegar en una de las paredes de mi oficina la hojita con los resultados, para no olvidarme nunca de la eficiencia que ofrecen los sistemas de medición cuantitativa frente a los sofismas del afecto. Mf.