Bow bells say good bye to the last train

Este domingo me cambio de ciudad, de estado y hasta de municipio. Ya no viviré en Bruselas, sino en Ometusco. Mi código postal dejará de ser 04100 para convertirse en 06140 y en lugar de invertir cuatro minutos para llegar a la oficina, empezaré a tardarme seis veces más, por lo menos. A partir de hoy, estoy comprometido a pagar por el lugar en el que duerma y tenga mis pertenencias. Despertaré solo, cocinaré solo y dormiré solo. Ordenaré y desordenaré mis espacios como mejor me parezca. Haré el ruido que me plazca y pagaré todos mis gastos, además de que podré recibir visitas y gatitos callejeros. Estoy asustado.

Cuando todavía hacía pucheros escuchando a los Kinks porque no me dejaban salir con mis amigos hasta que terminara la tarea, pensaba en el momento en el que me transformaría en un adulto, en alguien independiente. En aquel entonces, me parecía que pasaría muchísimo tiempo antes de que eso ocurriera. Siempre me imaginé entrando en mi departamento, encendiendo una luz cálida, amarilla, apretando el botón de play del estéreo y dejando mis zapatos sobre el parqué. Ya lo sé: a rather narrow stereotype. Pero ¿qué pueden pedirle a un infante de diecisiete años? No mucho más que a este señor de 24. Por favor.