El lacero apestad y el bribón

La marcha fue más bien una mancha. De personas, de perritos y pancartas. Cientos de miles de manos (y patitas) impregnaron de sonido y trepidación las esculturas de piedra y hierro de la zona rosa, la colonia Juárez, la setenterísima San Rafael, la Alameda Central y la calle de Madero. A todas les tocó sentir los aplausos y las exclamaciones de una sociedad tecnicólor, deprimida y divertida a ultranza, de la cual formo parte, de la cual no logro escaparme. Las trece horas me pescaron afuera del edificio de la Lotería Nacional, donde a pesar del tiempo que llevaba sin dormir ni comer, entoné el himno como nunca. Sucio, canté mirando hacia el monumento a la Revolución y con la mente entre los restos del precopeo de la noche anterior. ¿Alguna vez han deseado que el tiempo regrese únicamente para llegar al presente y recordar el doble, malgré tout?