Lo impudoroso de conducir a solas (un desvarío)

El rostro más íntimo de las personas no puede ser mejor evidenciado que cuando éstas manejan solas. Millones de conductores solitarios, muchos de ellos sin licencia ni ganas de tener una, se dejan mirar sin ningún pudor por las calles del mundo. Algunos lo hacen del lado izquierdo, otros del derecho, pero el conjunto de quienes circulan a solas constituye un espectáculo tan fascinante como cotidiano. Dos cualidades adversas, de ahí el anonimato del fenómeno.

Justo al momento de escribir esto (y también justo al momento de leerlo), en alguna parte de la ciudad, tres o más automóviles se detienen paralelamente frente a un semáforo, y cuando apenas han pasado un par de segundos después de haber pisado el mismo pedal, ya todos sus solitarios chóferes se han dado cuenta de algo, aunque no saben de qué: se miran unos con otros, y de un modo automático regresan a sus cavilaciones. Esa intrigante y abrupta necesidad se apodera de nosotros, necesitamos saber cómo es el rostro de nuestro colega, es muy probable que jamás volvamos a verlo. Esto de manejar solo me trae a la cabeza aquél ejercicio de la cuarta pared, bien conocido para quienes han estudiado teatro, en el que uno se olvida del público y actúa del mismo modo que cuando se está a solas. Muchas veces al día estamos a solas. Cuando nos bañamos, frente al monitor de la computadora, cuando nos dirigimos a los sanitarios de nuestro lugar de trabajo, al esperar a alguien, en el transporte público… Pero manejar sin compañía me parece el momento solitario más profundo. Es la colectividad manifestando su deseo de reconocerse en los montones de pedazos de un espejo roto, y muy roto. Pero del mismo modo que hay una diferencia entre lo masivo y lo interpersonal repetido, los conductores solitarios, esa especie, casi plaga, tan común, representa lo vasto de la soledad, y no la repetición de ésta. Lo único que comparte esta gente son el volante y los pedales. Lo demás son pensamientos infinitamente posibles.

¿En qué piensa uno cuando está detrás del volante? Me gusta acordarme del video de “Everybody Hurts” de ese grupo que terminó por aburrirse luego de aburrir a sus escuchas. ¡Son esos pensamientos los que no permiten darse cuenta de que se está conduciendo desnudo! Ni siquiera un performance de Spencer Tunick resulta tan fuerte pues lo que hace este hombre es simular algo tan natural como lo es una bucólica montañita: el tráfico. Hay un sinfín de situaciones impresionantes enfrente de nosotros en las que no reparamos, y una de éstas es la maravillosa oportunidad de mirar hacia la intimidad de tanta gente, es tan fantástico que, como suele suceder con todo lo fantástico, nuestra conciencia parece bloquearlo y nos impide darnos cuenta del espectáculo. Es como un Big Brother multiplicado, y con ojos en lugar de cámaras. Es una clara y lenta manifestación del ensimismamiento actual. Es un show casi perverso esto de ver el mismo rostro que viste aquella mujer de la camioneta roja cuando ésta se baña o defeca. Sea como sea, yo nunca he manejado solo, así que a mí nadie me señale.