Turn my way

Levantarse temprano es duro, especialmente si eres un niño. Llegar al colegio usando un uniforme cutre y saludar cada lunes al ídolo falso puede llegar a ser molesto, aunque eventualmente soportable. Ya no hablemos de las clases de deportes, con esos pants de nylon, o de las misas obligadas (¿dónde estabas, oh, Comisión Nacional de los Derechos Humanos?). Tu mamá prepara sandwiches y llena pepsilindros cada madrugada. Por su parte, tu papá se acostumbra a llevarte, con los ojos hinchados, a clases todos los días mientras escuchan las noticias. De pronto, la universidad: cinco años de lidiar con estúpidos que sólo pueden ofrecerte la motivación suficiente para querer dejarlos atrás. Así que terminas la uni y te dedicas a trabajar de día y a enfiestarte de noche. Al principio, un listo no te quiere pagar, después abusa de ti y al final, te corre por alguien (aún) más barato. O más famoso.

154 palabras que ahora parecen un sueño y en las que tienes que aferrarte para conseguir ser alguien-en-la-vida. ¿Cómo? Alquilando tu tiempo a algún desfasado e ignorante señor feudal que nació rico y que seguirá viviendo así gracias a toda esa bola de pobretones como tú que ahora ya son alguien-en-la-vida. Felicidades. Pero ojo, cuidadito con llegar un minuto tarde.