¿A qué dedicaba su tiempo David Bowie en 1995? Según sé, a ponerle orden a las nueve horas de grabación que había realizado con Brian Eno, a diseñar papeles tapices y a escribir el diario de Nathan Adler, uno de sus alter egos menos comprendidos. Mientras yo aprendía a ponerme una corbata para ir a las fiestas de XV años de mis amiguitas, el músico de Brighton se hallaba obsesionado con el asesinato artístico, el crimen cyberpunk, la ropa sangrada y la creación de un sofisticadísimo disco conceptual, un drama gótico hipercíclico llamado 1.Outside, cuyas secuelas, 2. Contamination y 3. Afrikaans, siguen deliberadamente sin editar. Para muchos, se trata del último gran disco de David Bowie; para mí, significó una auténtica revelación: lucidez críptica, referencias masónicas, desorden futurista, mensajes cifrados, jaleo policíaco, vísceras, fluídos corporales y una extensa gira con Nine Inch Nails.
Mientras escribo este post, escucho sin parar este álbum.
¿Qué estaban haciendo ustedes hace diez años? Yo me devoraba con pasión la revista Complot, leía en secreto unos libros rosacruces de mi abuela y el Zarathustra de Nietzsche, escuchaba como loco a Fobia, tomaba un curso sobre rock y comunicación social y otro de expresión corporal, hacía un fanzine, odiaba las clases de educación física, amaba ensayar con mi grupo (sí, tocábamos cóvers de El Tri y de Caifantes y todos íbamos los miércoles y los sábados a la casa del Opus Dei) y sufría el acné más severo que jamás haya atacado a algún jovencillo en la ciudad de Aguascalientes. Qué tiempos.

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